viernes, 20 de mayo de 2011

La Grita, una ciudad amable de Los Andes venezolanos, tiene en un episodio doloroso de su pasado colonial, la inspiración de una de las devociones con mayor arraigo en el presente espiritual de Venezuela. Tiene al Santo Cristo, su patrono. Ese que desde hace 400 años, representa la conexión fervorosa de un pueblo creyente con el creador.
En 1610, un terremoto destruyó esa población enclavada en las montañas prósperas del Táchira. Y un fraile franciscano, Fray Francisco, aterrorizado con aquel evento, que en pocos minutos volvió polvo casi todo lo que allí estaba, ofreció a Dios hacer una imagen del cristo crucificado. Era esa una forma de rendir culto al santísimo, de aceptar sus designios, de agradecer por los sobrevivieron y de acompañar la esperanza de quienes en lo sucesivo, se encargarían de levantar lo que la naturaleza se llevó.
Así fue como aquel fraile comenzó a trabajar en un gran tronco trazando la imagen del santo. Cuenta la historia, que los habitantes de La Grita, comenzaron a observar en aquella madera, características que no eran las de un Cristo moribundo. Fue en ese momento cuando Fray Francisco observó una figura humana envuelta en una ráfaga y no tuvo otra reacción sino llorar emocionado, ya que en aquella faz divina, estaban los rasgos que él había concebido y que le fue posible expresar.
Esa imagen que pudo ver era el Santo Cristo. Y hoy, el Santo Cristo de La Grita es el mismo que, cuatro siglos después, congrega años tras años a miles de feligreses, de peregrinos de todas partes del país, quienes acuden a visitarle para reafirmar su fe y agradecerle por milagros, favores, o ayudas que, aseguran, ha realizado no sólo con pobladores andinos, sino de toda Venezuela.
Gracias a sus milagros, que se cuentan por miles aquí, allá y más allá, a la fe de un pueblo devoto, el pasado 6 de agosto de 2007 fue nombrado no sólo como el patrono de la diócesis, sino como el patrono de Los Andes venezolanos.

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